En la celebración del día internacional de los Derechos Humanos
Instantánea II
Un Caimán Voraz
bajo sus ojitos verdes de seminarista virgen
esconde las mil cacerías que bañaron de malva el Atrato
Y relame,
con la infinita seducción de la violencia apenas contenida,
la verga pequeña, blanquesina y tiesa de su asistente:
lagartico menosquenada de libro bajo el brazo y labios de ternura.
Se relamen ambos, extasiados, enredados
hasta que el Caimán quiera
...
aunque no es él quien decide
Cientos de ojos observan sin parpadear
Y tras ellos
millones más esperamos el momento
de la explosión histórica de sus líquidos
Ojalá y nos salpique un poquito
¡A tus pies estamos, sagrado Caiman!
¡A tus pies morimos!
Todo en calma
todo bien
Pero entra él
El verdadero Rex.
Fiero
Sus pasos alertan a los amantes
los excita profundamente
El Caimán de ojitos claros trata de recordar a su esposa:
la salamanqueja frágil, de voz acallada y poemas estúpidos,
pero el sudor de guerra y de sangre que Rex emana es más poderoso
Es la razón de aquellas erecciones de cada noche
La causa de sus vómitos de madrugada...
Rex.
Recostado contra el muro.
Rex.
Su cola larga y asesina acaricia los cuellos de los amantes
Rex.
Suave herida, sordo gemido.
Rex.
Su pene poderoso, cobrizo (talanquera llanera, machín petrolero)
Rex.
Deliciosa verga, Rex.
Se desliza en su mano... cada vez con más fuerza...
Mientras los amantes se olvidan de sí mismos
y de rodillas suplican que su semilla los cubra enteros.
Y nosotras tras los cien ojos de cristal
¡Benigno Rex!
¡¡¡úntanos de tu semen una noche más!!!!
Elígeme a mí, gritas.
Pero su placer es nuestra muerte.
Lo sabemos
Moriremos por ti
Llévate mi casa.
Mi tierra
Mis hijos
Mi esposo
Mi mujer
Llévate este cuerpo y mi memoria, que es lo único que no te han entregado.
¡Y tú, pequeño seminarista, llévate mi tiempo y mi fe!
Moriremos por ti
que a cambio podría recibir un Toyota y un sombrero.
Tantas veces
Tantas veces hemos muerto por ti
-ustedes-
Los amantes se pelean por Rex,
fieros
Pero sólo uno ha asesinado de verdad
El de ojitos claros... no lo olvides nunca
Nunca
El espacio se va colmando del olor amargo de la sangre
la verga de Rex crece sin límite, dura y caliente
Su piel suda. Residuos de melaza.
El Caimán Voraz despedaza el cadáver de su asistente
se los ofrece a Rex
como le ha ofrecido miles antes
Y Rex que es frágil no puede controlarse
Y de tanto gozo alza y lastima a Caimán
Pero solo un poco
Un poquito nada más
Sí, que duela...
Los ojitos claros del Caimán de Urabá se blanquean de tanto amor
al sentir la financiada hombría de Rex penetrar sus entrañas,
Henchirse en su interior.
Hervir
Bravear... Macho!
Y, finalmente, reventarse cerca de su estómago...
¡Macho! Grita la Patria Nueva que alimenta a sus depredadores sirvientes
A todos nos alcanzó a tocar un poquito.
Gemido nacional.
En la habitación, ahora vacía,
Bajo los restos macerados del asistente de tiernos labios
Bajo las toneladas de sudor, sangre, maquillaje y semen
Reposa mi dignidad y un pedacito en hilachas de la bandera de tu país.
Ven a nosotros Bendito Caimán.
Toma mi cuerpo, divino Rex,
Hagan de mí según sus bufidos.
Punto.
Pilas.
Al Aire.
Rex bañado y perfumado
lagrimea frente a nosotras
Caimán lo abraza y lo perdona.
Ahora perdonen ustedes,
a este pueblo estúpido
por no comprender su altruista lucha[1].
Instantánea II
Un Caimán Voraz
bajo sus ojitos verdes de seminarista virgen
esconde las mil cacerías que bañaron de malva el Atrato
Y relame,
con la infinita seducción de la violencia apenas contenida,
la verga pequeña, blanquesina y tiesa de su asistente:
lagartico menosquenada de libro bajo el brazo y labios de ternura.
Se relamen ambos, extasiados, enredados
hasta que el Caimán quiera
...
aunque no es él quien decide
Cientos de ojos observan sin parpadear
Y tras ellos
millones más esperamos el momento
de la explosión histórica de sus líquidos
Ojalá y nos salpique un poquito
¡A tus pies estamos, sagrado Caiman!
¡A tus pies morimos!
Todo en calma
todo bien
Pero entra él
El verdadero Rex.
Fiero
Sus pasos alertan a los amantes
los excita profundamente
El Caimán de ojitos claros trata de recordar a su esposa:
la salamanqueja frágil, de voz acallada y poemas estúpidos,
pero el sudor de guerra y de sangre que Rex emana es más poderoso
Es la razón de aquellas erecciones de cada noche
La causa de sus vómitos de madrugada...
Rex.
Recostado contra el muro.
Rex.
Su cola larga y asesina acaricia los cuellos de los amantes
Rex.
Suave herida, sordo gemido.
Rex.
Su pene poderoso, cobrizo (talanquera llanera, machín petrolero)
Rex.
Deliciosa verga, Rex.
Se desliza en su mano... cada vez con más fuerza...
Mientras los amantes se olvidan de sí mismos
y de rodillas suplican que su semilla los cubra enteros.
Y nosotras tras los cien ojos de cristal
¡Benigno Rex!
¡¡¡úntanos de tu semen una noche más!!!!
Elígeme a mí, gritas.
Pero su placer es nuestra muerte.
Lo sabemos
Moriremos por ti
Llévate mi casa.
Mi tierra
Mis hijos
Mi esposo
Mi mujer
Llévate este cuerpo y mi memoria, que es lo único que no te han entregado.
¡Y tú, pequeño seminarista, llévate mi tiempo y mi fe!
Moriremos por ti
que a cambio podría recibir un Toyota y un sombrero.
Tantas veces
Tantas veces hemos muerto por ti
-ustedes-
Los amantes se pelean por Rex,
fieros
Pero sólo uno ha asesinado de verdad
El de ojitos claros... no lo olvides nunca
Nunca
El espacio se va colmando del olor amargo de la sangre
la verga de Rex crece sin límite, dura y caliente
Su piel suda. Residuos de melaza.
El Caimán Voraz despedaza el cadáver de su asistente
se los ofrece a Rex
como le ha ofrecido miles antes
Y Rex que es frágil no puede controlarse
Y de tanto gozo alza y lastima a Caimán
Pero solo un poco
Un poquito nada más
Sí, que duela...
Los ojitos claros del Caimán de Urabá se blanquean de tanto amor
al sentir la financiada hombría de Rex penetrar sus entrañas,
Henchirse en su interior.
Hervir
Bravear... Macho!
Y, finalmente, reventarse cerca de su estómago...
¡Macho! Grita la Patria Nueva que alimenta a sus depredadores sirvientes
A todos nos alcanzó a tocar un poquito.
Gemido nacional.
En la habitación, ahora vacía,
Bajo los restos macerados del asistente de tiernos labios
Bajo las toneladas de sudor, sangre, maquillaje y semen
Reposa mi dignidad y un pedacito en hilachas de la bandera de tu país.
Ven a nosotros Bendito Caimán.
Toma mi cuerpo, divino Rex,
Hagan de mí según sus bufidos.
Punto.
Pilas.
Al Aire.
Rex bañado y perfumado
lagrimea frente a nosotras
Caimán lo abraza y lo perdona.
Ahora perdonen ustedes,
a este pueblo estúpido
por no comprender su altruista lucha[1].
[1] A propósito de la Celebración de los DH, viernes 10 de diciembre de 2004. El Gobierno Nacional, los medios de comunicación, los sectores económicos (ganaderos y comerciantes, especialmente), algunas ramas de partidos y partiditos políticos decidieron unirse para festejar la supuesta entrega de armas y desmovilización de las AUC (para-militares). El final del espectáculo estaba en manos del Comandante Mancuso, de civil, pidiendo perdón a las víctimas de su lucha; sin embargo, la sensación general fue contraria. Por supuesto, el Comandante Castaño estuvo ausente de la celebración pública por encontrarse “muerto”, y ya no hay que preguntarse más sobre eso, según declaraciones públicas del ministro del interior (ganadero y comerciante) Sabas Pretelt de la Vega. Luego de la transmisión televisiva –que incluyó arrobamientos casi místicos de los y las periodistas que cubrían el asunto-, luego de vomitar todo el almuerzo, me vi en la penosa y autocondenatoria necesidad de escribir esto. No hay acá ningún secreto revelado, todo ha sido absolutamente público.
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