La noticia salió en El Espectador con este título:
Sin prostitutas en las calles de
Bogotá.
Aquella imagen: las bestias
acorazadas descuartizando mariposas. Aquella estupidez.
No es sólo que esto me duela en el
fondo del corazón. Es que es de una agresividad, de una violencia y de una
extansión terribles. Por todo lado. Una vez más, son ellas (o los indígenas o
los habitantes de la calle o los chicos en cualquier esquina nocturna o las
travestis preciosas) quienes recibien en primeros y peores planos las mierdas
del fascismo, del simple capitalismo. De este fascismo disfrazado de buena-mocedad, de liberalismo, de
bicicletas y ropas bien cuidadas que se llama Peñalosa: el otro lado del
fascismo simplemente torpe y bestial de Uribe, o de cualquier Ordoñez. Fascismo
y corrupción profundas: no porque se roben lo que se roban, sino porque atentan
de manera descarada e impune, sonriente, durante décadas, contra las vidas de
la gente más pobre, de la gente más linda, de la gente más india, de la gente
más oscura, de las mujeres más putas. Contra el futuro de todas nosotras.
Ellas, nosotras, que siguen
inmobilizadas no por una autovergüenza, sino por el miedo de morir.
Pero uno no puede engañarse y
pensar que esto es invención de Peñalosa. Las condiciones de posibilidad para
que esto exista están escritas no apenas en la ley (principalmente en el Código
de Policía), sino en las regulaciones territoriales, económicas, políticas,
corporales, sexuales y de género de la guerra... y del capitalismo. Es
necesario desmontar el Código de Policía, expulsar a la policía del lugar
simbólico, político y económico que ganó en Colombia. Es necesario traer a las
prostitutas para el centro del pos-conflicto. Pues esto no es apenas un giro
conservador, es un aviso sobre el futuro: no hay liberalismo que aguante la
lengua de La Mariposa. Peñalosa, como el obediente sirviente que es, apenas se
excita con la posibilidad de acabar con todo lo que a él y a sus señores (y
señoras), a alguna clase social, les parece feo, inmoral, sucio o indignante.
La tierra que estas mujeres pisan y
usan en su libre albedrío vale, vale mucho, y los buenos negociantes lo saben
bien. Sus cuerpos de trabajadoras fugadas valen mucho, y los patrones lo saben
bien. Sus talentos y conocimientos, sus informaciones y redes, valen mucho, y
los comandantes lo saben bien.
Pero más valen sus fugas y
libertades, sus angustiantes indocilidades, su belleza de putas, de
trabajadoras sexuales, de prostitutas; sus autonomías insoportables, sus
contradicciones y violencias, los polvos que se echan (en el rostro, en la
nariz y en la cama), el asustador deseo que nos generan, los amores que
cultivan (y los que matan!), y el dinero que reciben (y el que gastan!!) cuando
el resto estamos intentando, obedeciendo y ahorrando.
Ojalá las organizaciones
latinoamericanas de trabajadoras sexuales ocupen La Mariposa con sus bellezas
tan escandalosas. Ojalá, pero lo dudo, el movimiento feminista colombiano y
latinoamericano en pleno, se manifieste contra la policía y el Alcalde de
Bogotá. Por que cada una de ellas es cada una de nosotras: cada una de ellas es
la materialización duradera e intensiva de cada vez que nos dijeron putas
(intentando ofendernos), putas (agradeciéndonos), y de cada vez que nos
hicieron salir de un lugar, de una posición, de un desejo, de una
ropa-tan-linda, porque eramos putas.
...y duele Bogotá, verla
desmoronarse, verla atropellada, verle la cara a los amigos, parientes y
vecinos que votaron para "recuperarla". Que se joda quien la perdió,
Bogotá le pertenece a estas mujeres!