De un lado y del otro
El mismo día que se votó la consulta interna del PDA, el Partido Liberal realizó la suya. Su vieja y siempre bien aceitada maquinaria movilizó a un millón y medio de votantes: tres veces más que el Polo. El candidato de la burguesía y la pequeña burguesía antiuribista sería Rafael Pardo, quien ha construido su carrera política en el ala derecha del PL. Empezó al servicio de Virgilio Barco (de quien Uribe tomaría “la mano tendida y el pulso firme” para convertirlo en “mano firme, corazón grande”), luego se convertiría en ministro de defensa de César Gaviria a quien seguiría acompañando como asesor cuando, luego de la presidencia, fue nombrado secretario general de la OEA. Por algunos años se dedicaría al periodismo defendiendo las doctrinas neoliberales desde CM&, RCN y El Espectador para luego volver a la política en 2002 de la mano de Uribe y Germán Vargas Lleras. Como Senador de la República, fue un fiel uribista y fue una de sus primeras tareas a fines del 2002 pedirle a la Registraduría los formularios para recoger firmas por la reelección de Uribe[1]. A pesar de la ahora definida postura anti-uribista del PL, este ha sido, tradicionalmente un partido burgués y Pardo, podría ser el presidente que necesita nuestra oligarquía local para diluir el descontento que ha generado el actual estado de cosas, así las encuestas del “estado de opinión” digan lo contrario.
La noche del 26 de octubre, al conocerse los resultados de la consulta, la televisión colombiana mostraba a un sorprendido Gustavo Petro que insistía en alianzas con “sectores progresistas” y a un ufano Rafael Pardo que respondía con un gesto de desdén ante la pregunta por una consulta interpartidista o una eventual alianza con el PDA. Mientras tanto, Vargas Lleras, prácticamente ausente de los medios desde que decidió aspirar a la presidencia y oponerse a un tercer mandato de Uribe, dejaba muy claro que su aristocrática humanidad jamás se untaría de Polo.
El Partido Conservador, si bien no ha adelantado consulta interna alguna ha armado un simpático circo de pre-candidatos presidenciales que quieren un tercer período de Uribe. El que más ha robado pantalla es Andrés Felipe Arias. Tristemente célebre en los últimos meses por su programa “Agro Ingreso Seguro”, que consiste en repartir jugosos subsidios no reembolsables y créditos blandos entre hacendados, industriales y narcotraficantes; es conocido en el mundo de la política como “Uribito” o “El Pincher Arias”. Sin mucha relevancia en los medios, pero no por ello menos infame, aspira a la jefatura del Estado José Galat, miembro del Opus Dei, que ha protagonizado una cuestionable rectoría de la Universidad La Gran Colombia. Por último, cierra con broche de oro Noemí Sanín que, si bien desde hace unos meses dejó de ser uribista, sabemos desde su primera candidatura presidencial en 1998 que su estrategia es captar el mayor número de votos en la primera vuelta, para luego ofrecerlos al mejor postor en la segunda.
En el Partido Social de la Unidad Nacional; mejor dicho, en el partido de la U, la situación está más clara. Esta fuerza política más que un partido es un cártel de uribistas liderados por Juan Manuel Santos quien es, básicamente, el plan B de la extrema derecha en caso de que fracase el referendo reeleccionista. Ya enteramente fracasado.
Paralelamente han surgido dos partidos oportunistas, de esos que se conocen como “verdes”, luego de que, tras seis años de secuestro llevaran a Íngrid Betancourt a convertirse en uribista y desmantelar su Partido Verde Oxígeno, cuya militancia, para ese entonces, se reducía a su ex-esposo Juan Carlos Lecompte y a su madre Yolanda Pulecio. Así, quedó espacio libre para formar un nuevo Partido Verde liderado por Antanas Mockus, un personaje que le hizo creer a los bogotanos que no iba a defender los intereses de la burguesía, pero a la final sí y que disfraza de pedagogía la imposición de sus criterios morales[2]; Enrique Peñalosa, todo un neoliberal cuya labor como alcalde de Bogotá se concentró en desarrollar una costosísima campaña, financiada con nuestros impuestos, para hacerle creer al país que era un excelente alcalde; por último Luis Eduardo Garzón, a quien muchos trabajadores apoyamos en su campaña a la presidencia y luego a la Alcaldía de Bogotá, creyendo que su pasado como líder sindical significaría una administración al servicio de los trabajadores. Cuando los descontentos usuarios de Transmilenio organizaron una protesta por las deficiencias de este medio de transporte público, Lucho les mandó el ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios). Así quedaba totalmente claro al servicio de quiénes estaba.
Otro ex-alcalde, pero de Medellín, se ha vestido de verde y ha llamado a su partido Compromiso Ciudadano. Se llama Sergio Fajardo y podríamos definirlo como la versión paisa de Antanas Mockus. Igual que su paisano, Uribe juega a la teoría del chivo expiatorio, pero en su caso no son las FARC sino la corrupción. Según este matemático, eliminando el factor corrupción de la ecuación del Estado, la democracia burguesa es perfecta. Sin embargo no aclara como se llevaría a cabo este hecho milagroso del cual no tenemos evidencia histórica alguna y que, por otra parte, constituye la fantasía del estado capitalista perfecto. Hoy, más que nunca, los sueños capitalistas constituyen una verdadera utopía (sin lugar).
[2] Una exposición del sistema moral mockusiano puede encontrarse en Antanas Mockus. “Anfibios culturales y divorcio entre ley, moral y cultura”. http://www.lablaa.org/blaavirtual/revistas/analisispolitico/ap21.pdf
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