viernes, octubre 07, 2011

DOLCE FAR NIENTE * Mar Estela Ortega (Colombia)


Las disquisiciones, como ésta, que anteceden a los párrafos sibilinos que constituyen realmente el cuento (el cual es un pretexto), son tesis abracadabrantes, un poco gallinas en patio ajeno, que nos hacen olvidar ese repentino solapamiento que a veces nos cae o arrechera tapada que le llaman, y que contribuye a esparcir los diversos portavoces del mosaico multicultural que crea un marco heterogéneo, algo así como un cuarto donde está encerrada la princesa de Mónaco con un vendedor de pescao cienaguero, lo que nos hace pensar en aquella expresión implícita, en aquella posición de privilegio sobre la consonancia del discurso; el problema de saber si es una visión adversativa, algo así como decirle a una mujer que su pelito cucú parece de muñeca de trapo vieja encontrada en un arroyo, o una afirmación voluntarista de las identidades hostiles de la ley burguesa y decimonónica, algo así como decirle a una dama que su cabello ensortijado parece de Barbi pasada de moda encontrada en un canal de agua; ésta última afirmación nada de acuerdo con la dispensación igualitaria que siempre tira todo a la tiña, hecho que hace que se transforme nuestra cosmovisión cultural moderna y que cada vez se parezca más a un pesebre con prostíbulo, lo que nos llevaría a pensar en una recusación a las contestaciones extravagantemente dispares, es decir, pelea con puño y patá, teniendo en cuenta las deseconomías externas del marco prosaico del problema cuyo principal planteamiento es que Dios es más grande que un palo e’ coco, y esto por seculam seculorum, es decir, hasta que San Juan agache el dedo. Claro que la pelea sería, peyorativamente hablando, entre tigre y burro amarrao.

“El niño estaba frente al espejo. La corbata de su papá se ajustaba alrededor de su cuello de lirio y sus labiecitos emitían esa suave y dulce luminosidad que sólo el pintalabios rosa Mac Factor de mamá podían darle. De vez en cuando ladeaba la carita y sus ojos miraban al hombre que rezaba justo detrás de él.”

El hecho de esgrimir al pelaito, de dar cobertura a sus rosconiadas frente al espejo es una legitimación de la literatura, es una forma de cortocircuitar al lector, de hacer que tome atajos, de darle a oler la pitica que amarra al mico sin mostrarse proclives, sabiendo de antemano que los milagros no existen porque el que nace para triste ni borracho se divierte, pero también, sin desdeñar la línea narrativa que siempre gana pero de pura leche, sin impugnar el deseo del autor que rara vez estima a sus propios personajes que cada vez son más pelle, y que contrapone en la mayoría de los casos sus propios sentimientos, acertando casi siempre con la posición hazañosa del lector leído que siempre acierta, que siempre llega al secreto de la sazón antes de meterse la primera cucharada de sancocho a la boca, la cual queda sofocada pero contenta de recibir con gran alborozo la confirmación de su propia sapiencia, no dejando así de encubrir que el secreto está en haber comido sancocho desde los cinco años y en caso de que la madre sea pueblerina, desde antes de nacer, y ahí sí que torció la puerca el rabo.

“El panal de abejas que colgaba de una viga del techo se había desprendido y yacía tirado en el suelo. Había abejas por toda la habitación, algunas, incluso, incrustadas en el pescuezo del pobre hombre que rezaba.”

Buscándole la comba al palo y siguiendo con nuestras disertaciones dialécticas, oliéndonos cada vez más que algo hay en el canto de la cabuya, la masa crítica, más dura de digerir que un poema parnasiano, ha alcanzado una doctrina oscura y a trechos ininteligible, lo cual nos hace pensar que el fenómeno se presta a ser estudiado, teniendo en cuenta que el mundo exterior es fruto de nuestras estrategias interpretativas o más bien de nuestra capacidad de asomarnos a chismosear como lobito en paredilla, lo que no deja de ser un logocentrismo o lobocentrismo agigantado, ergo, una sujeción no disciplinada de la argumentación racional a las leyes de la lógica recibida, ergo, la realización de un análisis socio-sico-pragma-antropo-lingüístico del tipo que pasa empujándote en los tumultos llevando la consigna “agüelá-agüelá-agüelá”, y que uno no se acaba de enterar si lo que está diciendo es “el agua” o “agua helá”; lo que nos llevaría a pensar que el requisito mínimo del diálogo literario es la predecibilidad, que es una manera full postmoderna de acercarse a las cosas y no todo lo contrario, más viejo que el azul de pelotica; resultado que puede traer como consecuencia una gran celebración pentecostal en la que cada hombre, invadido por la acción indomable del Espíritu, es decir, más feliz que cachaco en playa, inaugure el mundo y la verdad partiendo la patilla con la facilidad sobrenatural del demiurgo, el único individuo autónomo que zampa patadas en el culo de los lectores, o lo que es lo mismo, el único individuo autónomo que tiene una irrealidad socialmente sustantiva, y aquí paz y en el cielo gloria.

“Ya en la cama, mientras el niño le quitaba la Biblia de las manos al hombre e intentaba besarlo, le decía que tratara de desincrustarse por lo menos las abejas del cuello, ya que la sangre no iba bien con su color de piel que sólo permitía el rosa tenue del pintalabios. El hombre lo hizo porque deseaba de verdad ser amado con dulzura.”



*Es una locución italiana que significa “dulce ociosidad”. Dolce viene del latín dulcis, que quiere decir “halago a los sentidos” y según el poeta Horacio equivale a “no tedioso”, a “lo que no sea forzoso deber”, a “algo que se recompensa por sí mismo”. Far niente significa “no hacer nada”, es decir, vivir en el ocio, que en este caso se convierte en un entretenimiento o distracción del espíritu. Entregarse al dolce far niente es entregarse a una actitud hedonista con una clara inclinación a la contemplación.

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