martes, febrero 23, 2010

CUENTO DE VERANO. Por Maria Lourdes Morales Mestre

    Deseamos es el calor de toda la vida de Dios, sentir la piel pegajosa, llena de tierra.
Luego un sancocho al amparo de maravillosas mujeres que desarrollaron este arte. Protegernos del  calor debajo de un palo de mango, con la angustia de que algún mango nos caiga en la cabeza, de que esté demasiado dulce o demasiado amargo y de que al sancocho no se le queme la Yuca. Deseamos también el agua. El agua dulce, sentarnos en una gran piedra inamovible, capaz ella de protegernos. Es claro que necesitamos de la sabiduría de la naturaleza. Es tan sabia que no entendemos la fuerza del río, su inspiración. Ahora recuerdo esas chiquillas adolescentes, que ayudaban a su abuela a regar las plantas de puerta de la calle, el asfalto también se regaba, para que la tierra tapada por asfalto pudiera respirar. La Lore, La Adriana, La Ana María Cuello, La YaKe, las amigas pobres y las ricas se mezclaban, en fin, todas procedíamos de la provincia, el plato de las cinco de la tarde estaba tapado con otro que había sudado por el calor, era el mismo guineo con queso. Las socias y no socias del Club Campestre y del Valledupar también le ponían mantequilla. En ese entonces no importaba si nuestras hermosas siluetas cumplian con los parámetros dictados por las revista de vanidades. Por las cirugías estéticas.
    Recuerdo ahora mi cuerpo, vestido con su uniforme azul claro de encajes blancos y corbatita azul oscura, muy femeninas, por cierto, los pliegues de la falda nos impedían salir de la  nefasta imposición que nos alienaba al machismo y al patriarcado. El impuesto uniforme, ese vestido azul cielo que llevé durante toda mi infancia y adolescencia, cuyo lazo atado al cuello debía mostrar la perfección de nuestros dotes de mujercitas. Un  cinturón pegado a nuestras pequeñas cinturas, encajes salientes de los puños de cada brazo y también del cuello, no sé cómo se lo podrán imaginar, al parecer, la intención era adornarnos, cual objetos decorativos, la altura del vestido es una de las cosas que más recuerdo; de manera anecdótica, cada día por la mañana, nos reuníamos en un gran salón de cielo desolado, bajo los constantes treinta y cinco grados de una cuidad situada en pleno caribe Colombiano, los niños y las niñas se organizaban de acuerdo a la estatura, a las niñas se les reparaba mucho su presentación personal, mucho más que a los varones de la misma edad, eso parece qué influiría en las enseñanza de las maneras, la postura, los lazos que ataban tu cabello, las liendres, las trenzas… El largo de la falda, a la altura de tus rodillas, no había que insinuar aquellas partes cargadas de sexo… Sí, las piernas, aún estábamos muy pequeñas para entenderlo. Queríamos ser libres como ellos, correr, saltar e incluso  abrir las piernas, naturalmente.
    Siempre te recordaron el largo de la falda. Una mañana mi falda estaba más corta. La tarde anterior, había tomado unos hilos que guardaba mi abuela por colores en la caja de galletas que alguna de las mujeres de mis tíos le habían traído de la capital, cosí, sin ninguna instrucción  distinta a mi simple deseo, recorté el dobladillo. Al día siguiente, me sacaron de la formación de cada mañana y me dijeron que tenía que zafar el dobladillo. La pasé fatal, se cruzaron mis deseos con la vergüenza. Unas intentábamos no entrar en el juego seductor del depravado profesor de educación física que gozada de nuestros culos en desarrollo. Nuestro único interés era divertimos, recochar con los varoncitos contemporáneos. Ser inteligentes y agradables a la vez fue nuestra lucha. De cierta manera, usábamos  esos atributos de niña adulta (esto lo aprendimos rapidamente), y al tiempo queríamos las notas de esa chica del curso que ocupaba cada año  el primer lugar. A ella la veíamos cómo algo monstruoso, una verdadera mujer maravilla. Nos imaginábamos su vida un poco más triste.
     Nunca fui tan buena en matemáticas ni en educación física, ni en los bailes del día cívico. Creo que pa’ lo de baile tengo una pequeña tesis. Mi madre, cuando yo era más pequeña, me excluía de algunas de las actividades escolares que implicaban asumir un gasto económico. Ella no tenía dinero pa’l suntuoso  disfraz que nos hacia al tiempo sentir princesitas. Tal vez ella soñaba con una princesa exitosa. Y lo sigue haciendo. De una especial manera.  
A decir la verdad, podría recordar entre mis amigas que frecuento en el Facebook, el pavor que nos causaba entrar a las clases de aritmética, al año siguiente de algebra, y así cada año las ciencias se imponían, después fue la física quántica y el cálculo... (algunas si lo disfrutaban). En nuestras mochilas de curso cargábamos… literalmente, cargamos con un libro al que llamábamos, La Biblia; era la famosa "Álgebra" del docente cubano Aurelio Baldor. Vaya, parece que el hombre se ha llevado el best seller latinoamericano: ha cambiado su foto muruna por otra, lo han editado varias veces, creo que aún la gente lo tiene en su casa.
          Ahora, no recuerdo, entre tantos números, las mujeres que aprendieron a contar antes que los varones. No recuerdo, libros en los que figuren mujeres, que enseñan a mujeres y a varones. Son muchos años de nuestras vidas, tengo la sensación que en la medida en que nuestros cuerpos crecían, nuestra historia de creaciones desaparecía. En fin, el ejemplo del Baldor… más de la mitad de una población, de un pueblo, hereda para la educación de la mujer, de lo que simbólicamente extraemos, una historia huérfana de madre. Mujeres de carne y hueso, como mi abuela y mi bisabuela, ellas no accedieron a la escritura, su potente historia oral, continúa resquebrajada. La industria colombiana de literatura mantiene en la estantería historia de varones, científicos, literatos, historiadores, políticos, narcotraficantes. Válidas de personajes secundarios, sí, alguna mala mujer en medio, alguna sufrida, algunas brujas, otras impostoras queriendo cuestionar el orden impuesto, algunas seriamente criticadas en las columnas de los periódicos más influyentes por tratar de combatir la  política de las mujeres ¿A quien podríamos admirar las de mi generación?
            En fin, reírme todo el tiempo era mi fuerza, mi virtud… lo sigue siendo. Formidable que las haya muy dulces, otras alegres, contentas con su feminidad, coquetas, radiantes. Inspiradas, inspiradoras. Casadas, felices acariciando la piel de sus pequeñas criaturas. Radiantes  por haber cumplido con su sueño de ser madres y profesionales a la vez. Sus múltiples presencias las hacen únicas, eso ya se veía. Ellas me enseñaron, a su manera, a descifrar los problemas de algebra. Ahora, quince años después, me enseñan que pueden dar y reproducir vidas humanas.
            Sólo espero de ellas, tesoros, que tengan un cósmico verano, desde la extrañeza les regalo esta historia. Es la mía mezclada con las vuestras.
Este cuento nace del  verano barcelonés, del encuentro con mi pasado y con el presente caluroso, del privilegio, de la lujuria, del asco de la inmigración, de las putas, de las madres, de los hombres que nos quieren y de los que no. De la niñez, de la inocencia, de la inteligencia de una que parecía ser burguesa, y lo es por permitirse escribir en su propia habitación, frente a su propio ordenador, sus nuevos libros, su cama, la  mesa de noche, su  ipod, el morral de Adidas…en fin mi pequeño lazo con el mundo de ataduras y de liberación de mi piel morena.

Ahora pa’ la Bocachica Gozoza…

4 comentarios:

JF dijo...

No puede hablar de la calidad de este texto. Lo que expresa me distancia de cualquier perspectiva crítica porque me conecta con buena parte de lo que soy.
También crecí en el Caribe y fuí a una escuela católica. Desde el lado de los varones viví un mundo similar con mañanas húmedas, formados por estatura diciendo las mismas oraciones, cantando los mismo himnos y escuchando el mismo juramento del niño estúpido de siempre cuyo rosro nunca viste porque no importaba saber quién era. La pasión que le ponía a tales mentiras lo hacía despreciable... Colombia no es independiente ni soberana. No está regida por principios de libertad, ni de orden y mucho menos justicia para todos. Sobre todos si hablamos de las mujeres quienes son víctimas de una doble injusticia por parte de quienes ya sabemos...

Lê dijo...

Lindo, lindo texto...

LuisGa dijo...

Y es que en el altiplano la cosa no varía mayor cosa... la estatura, los uniformes, las divisiones invisibles pero poderosas...el temor a la individualidad del adolescente... la constante lucha para dejar de ser un niño obediente para ser un adulto crítico...

Monica Morales dijo...

Oye Lulo bonito cuento en el cual reflejas en cortas palabras la realidad en la cual crecimos y nos formamos llena de misterios y restricciones en un mundo lleno de mentiras e idealismos estupidos pero sin modelos femeninos a seguir, donde finalmente hemos hecho lo que hemos querido y sentido trascendiendo siempre algunos limites impuestos por esta vanal sociedad