Completamente desnuda me miro en el espejo, me acomodo en mi cama y con aceite de almendras mis manos entran en contacto con mi piel; consintiéndola. Masajeo suavemente mi pie izquierdo y luego el derecho. Siento esa ampollita que empieza a formarse por usar los nuevos zapatos. Deslizo suavemente mi mano por la pantorrilla me dirijo al muslo. Me sorprendo al sentirlo más flácido que de costumbre; seguramente algo tendrá que ver el poco movimiento de estos días. Me detengo por unos minutos. Definitivamente me encanta sentir ese dolor misterioso que el masaje ayuda a desvanecer. Cuántas imágenes, cuántos recuerdos pasan por mi cuerpo ahora: qué rápido camino diariamente, qué cantidad de cosas hago en un día… y… ¿De dónde ésta pelotita justo en el músculo, pierna derecha? Ay qué tensión acumulada. ¿Y este morado? Ni idea, no recuerdo cómo me lo hice.
Continúo el recorrido, mis manos son una brújula que se conducen con una precisión inimaginable. Me ubico piel arriba de mi vientre, piel fría, muy fría, seguramente algo tiene que ver el cólico que me enloquece. Suave y delicadamente aumento la presión imaginando cómo el contacto de mi dedo con la piel ubica el útero, imagino su forma, siento su pálpito seguro de sí mismo y de su poder acogedor. Mi mano dirige toda mi atención recorriendo una cicatriz de geografía abultada e irregular, me detengo justo en donde colinda mi ovario derecho, ese al que habitó un quiste que creció tanto y terminó estallándome: sábado seis de la tarde, cirugía de urgencias. ¿Cómo pudo crecer un quiste sin darme cuenta? ¿Cómo es que no sentí dolor alguno durante el casi año que duró su formación? Definitivamente mi vientre merece ser consentido y reconocido de piel hacia dentro y de dentro hacia la piel.
Mis manos suben, abandonan el vientre y se concentran en el estómago: cuánto me sorprende contemplar tan amorosamente los casi quince centímetros que según el metro de mi modista tengo demás con relación al prototipo estético femenino. Centímetros demás que confunden y fundan mi cintura y mi estómago. Los mismos quince que se convierten en un problema cuando salgo de compras. ¡De jeans ni hablemos! No existe mayor reto para mi ego y mi compulsión compradora que la tarea de encontrar un jean. Cincuenta porciento los quince demás en mi estómago y cintura, y cincuenta porciento los quince de menos en mis nalgas, hacen de esa misión la más estresante y desestimulante de mi identidad consumista.
No puedo negar que la conciencia crítica de mi gordito, el mismo de los casi quince, devino como problema en diálogo con un ex-amante. Él siempre atenta y amorosamente preocupado por ello. Aquel hombre de pocas palabras y sexo suculento, pronunciaba las frases precisas para recordarme lo incomprensible que le resultaba la existencia de los quince - Haz más ejercicio, pronunciaba con entonado acento. Durante algunos días me pregunté por la ineficiencia de mis actividades físicas. Días después entendí lo equivocado que estaba nuestro cálculo al medir la eficiencia de las actividades corporales a partir de la disminución cuantitativa de dicho gordo. ¡Su objetivo es otro!. Permitirme conocer y reconocer mi cuerpo e integrar mis emociones enquistadas en algún vacío, dolor o enfermedad. Qué reduccionista de nuestra parte pensar que danzar, estirar, tomar clases de pilates, escalar, son sólo caminos para adelgazar, cuando existe todo un mundo emocional por movilizar y por cuidar a partir del movimiento.
Y con todo ese análisis de la eficiencia, el problema de los casi quince ocupó mi atención. Se convirtió en un dilema: ¿comer o no comer? O, ¿qué comer…? ¿Ensaladas, alimentos bajos en calorías? Y… ¿los chocolates, las donas y los pasteles? ¿Los brownies? ¿Las galletas? ¿Los helados? ¿Las papas fritas, las arepas de queso, las empanadas, los burritos, las tortillas? ¿Hacer o no hacer ejercicio? ¿Cuál ejercicio y en dónde? Esos dilemas nutricionales y cotidianamente atribuidos a la conciencia femenina ocuparon por unos meses una angustia igualmente femenina. En los casi quince, se me refundió mi intención sanadora con la perspectiva de vanidad, así como mi apuesta por buenas prácticas alimenticias con el afán de ser una mujer esbelta.
Refundida en los quince apareció la angustia alimentada por otras fuentes: publicidad con mujeres catalogadas de “buenas”, “buenísimas” por sus cuerpos perfectos; mujeres delgadas en cuyas nalgas y estómagos no se intuye la existencia de las grasas, los carbohidratos y azucares; modelos con tallas mínimas distantes de la realidad anatómica de las mujeres de algunas regiones del país; promoción de miles de productos para adelgazar rápidamente sin ningún esfuerzo; solidaridad de amigas maravillosas que aliadas y conmovidas con mi causa me enseñaron cerca de 35 dietas. Atún con piña, sopa de cebolla, proteínas, sin-harinas, malteadas nutricionales que reemplazan una comida o hasta dos diarias, entre tantas otras. Y otro tanto de jugos y bebidas con calidad garantizada que debería consumir en ayunas. Agua con limón, te verde de marcas recomendadas, pepino con limón, agua jengibre, piña con avena, agua tibia….
Sin embargo, escogiendo la dieta no se solucionaban los dilemas. Después vendría un dilema mayor y en proceso de reconocimiento: ¿Cómo llevar a cabo esa(s) dieta(s), manejando la presión de bajar de peso, y con un contexto familiar, fraternal e incluso laboral y social con claros rituales de unión vinculados al alimento? ¿Cómo hacerlo, sobretodo, cuando mi voluntad se desvanece frente a un brownie de chocolate, una trufa, un granizado de café con arequipe, una malteada?
Pareciera que los quince centímetros de grasa lograron por un momento que supervalorara la perfección corporal, tensionando mi voluntad y mi imaginario de vida sana y placentera. Definitivamente, es que para algunas mujeres golosas este mundo que mitifica y hace culto al cuerpo delgado y esbelto logra confundir y conflictuar las apuestas de salud y el mínimo de corpulencia que otrora hacían seductoras las caderas femeninas.
Continúo masajeando, sintiendo la tibieza de esta piel compuesta de centímetros de más, segura de lo mucho que me interesa que no se reproduzcan o se eleven a la segunda, a la tercera o a la n potencias. Vaya que me gusta esta sensación corporal de liviandad en contraposición a la de pesadez, aún cuando me encuentro fuera del prototipo del cuerpo de consumo. Sí qué necesito sentirme tranquila y segura con que mi felicidad no se construye ni depende de quince centímetros menos, ni del resultado exitoso de la presión social para prescindir de ellos.
Mis manos insisten en que ya fue demasiado tiempo masajeando el estómago y la cintura, el resto de mi cuerpo también amerita consentimiento. Entonces voy saliendo de allí. En ascenso continúo hacia mis senos, suaves y tranquilos, cuánta historia femenina, tanto placer y también tanto miedo, cuánto mito y a la vez demasiada exigencia. ¿Qué sería de la feminidad y la masculinidad sin ellos?. Ahora los brazos, y luego el cuello, siento esa tensión que pesa y recuerda mi postura… y las cargas de más que engañosamente ayudan a sentirme útil y en movimiento, es hora de estirarlo, es hora de soltar. Mágica sensación de mi historia corporal en mis manos.
2 comentarios:
Quince centímetros que expresan las voces que nos habitan, que nos dieron historia, patria, lengua e identidad....
Recuerdas las fiestas en familia?? el poder convocador de la comida en su mayor esplendor! y las historias al rededor de los alimentos que circulaban mientras los adultos como grandes alquimistas jugaban con el aire el fuego y la tierra...lo hacían casi de manera automática, sin darse cuenta que nos transformaban el mundo a través del poder purificador del fuego, como si no supieran que la comida que nos daban permanecían en nosotras el tiempo suficiente para alterarnos químicamente nutriéndonos el alma...
Como hijas del fuego heredamos el amor por la comida... y como mujeres optamos por ser autónomas y disfrutar.
yo tengo muchos centímetros a menos en lo ancho de mi cuerpo. eso se hace peor en una ciudad de hombres enormes, que se imponen cotidianamente en la ocupación física del espacio físico y simbólico. y hay que hacer un esfuerzo todos los días para acordarse, por un lado, de la historia de todos esos centímetros que hay o no hay... y para acordarse de la dignidad de la diferencia, de nuestras luchas de género... Acordarse del viejo/nuevo tema de las masculinidades, afirmarse en esas decisiones radicales de mandar a la mierda cualquier intento de medición de las másculinidades y las feminilidades (ser más o menos hombre)... pedirle al mundo más cercano que se deshaga de esas medidas... y acordarse también del no poder, del placer enorme de perder el poder que significa un determinado formato corporal.....
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