Una luminaria emite un poderoso rayo que refleja sobre la impoluta laca negra de un piano de cola que espera su momento de gloria en medio del escenario. Una salva de aplausos saluda a los intérpretes. Llevan sendos smokings de una importante casa de diseño. Con una profunda reverencia responden al cariño del público, siempre complaciente con los grandes artistas. Al unísono, como si llevaran un metrónomo entre sus oídos, se pusieron unos protectores auditivos y unas gafas de acrílico. Con un fuerte tirón encendieron las motosierras.
El piano gritaba como un infante mal herido. Sus cuerdas se reventaban, recordando los tendones tensos de una mujer aterrorizada. Mientras las motosierras mordían su carne de ébano y las astillas negruzcas manchaban el escenario cual alud sanguíneo, el piano iba perdiendo toda semejanza con un mero instrumento musical. Se convertía en un hombre indefenso, una mujer violada, un indigente torturado…
El púbico al borde del paroxismo no paraba de babear y aplaudir. Eran los mejores 15 minutos de sus vidas. Los intérpretes daban emocionadas reverencias y mandaban algunos besos de reina hacia el público. La celebración alcanzó un exultante clímax cuando el piano gritó su tono más agudo: el llanto de un huérfano sobre el cadáver de madre. Los delfines, dieron una profunda reverencia y abandonaron en el escenario los restos mancillados de un hermoso piano de cola.
El público ovacionó por más de quince minutos. Cuando finalmente se cansaron de aplaudir, solo una voz, con algo de decepción, confesaba que esperaba un poco más. Aunque, entendía que los pianos no tenían una cabeza con la cual jugar al fútbol…
3 comentarios:
Uffffffffffffffffffff............ Estas herencias que cargamos... estos pianos, estos dolores... Qué nos restará, ah?
Calma, los instrumentos suelen encontrar buenos interpretes... y mejor audiencia.
..auucchhh
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